Creo en el Derecho de autor

martes, noviembre 29, 2005

Mendigos CA

Cuando Alfredo Peña decidió hacer efectiva su frase de “plomo al hampa” echó mano al Plan Bratton, un paquete de prevención del delito estandarizado que partía de la idea de aplicar el modelo “exitoso” de seguridad de Nueva York en aquellas ciudades que así lo requirieran.
En otra ocasión hablaremos en detalle del Plan Bratton, hoy quiero llamar la atención sobre uno de los puntos centrales de dicho plan, es decir, la disminución de los mendigos, vendedores ambulantes y otros que afectan el sentido de pertenencia y autoimagen de la ciudad. La mendicidad es un fenómeno complejo y enraizado en los orígenes mismos de la ciudad, en un concurso de fotografía de la BBC la foto de un mendigo en las calles de un país escandinavo próspero y desarrollado llamó la atención por demostrar que en estos países también existe el fenómeno de la miseria.
Las capitales europeas están llenas de africanos y latinoamericanos que han migrado en busca de una vida mejor y al no encontrar oportunidades ocupan las calles, con sus hijos incluidos en muchos casos.
El fenómeno de las migraciones internas que en el siglo pasado se daba de las zonas rurales a las urbanas de un mismo país, con la globalización se ha transformado y ahora migran de los países no desarrollados a los más desarrollados. Aquí no incluimos a los desplazados por la guerra, que son un fenómeno de otra naturaleza.
Los mismos mendigos encuentran ahora justificaciones racionales para su modo de vida, llegando al punto de admitir que muchos de ellos acumulan “ganancias” por encima del salario mínimo.
Partiendo de la premisa cierta de que el acto de mendingar está monetariamente bien recompensado, podemos suponer que cualquier hombre de negocios avezado y carente de escrúpulos podría “invertir” en este rubro, organizando a un grupo de mendigos, proveyéndoles de un techo (no importa cuán paupérrimo éste sea) y comida. Cabe preguntarse ¿por qué si los mendigos ganan su dinero estarían interesados en compartir ganancias con alguien?, la respuesta es sencilla aunque no obvia. Sin importar cuánto dinero lleve consigo al mendigo no se le vende en las panaderías o restaurantes, su misma condición lo convierte en un indeseable para estos espacios. Asimismo, nadie le alquila una habitación a un mendigo, la mendicidad es algo mucho más profundo que la falta de dinero, es cumplir la función de leproso, causa lástima y miedo a la vez.
En este contexto aparece nuestro “empresario”, quien a cambio de un porcentaje de lo recogido por el mendigo durante el día, le da a éste la casa y comida que no puede conseguir con el dinero. Al parecer el negocio resulta tan lucrativo que se abren sucursales en todo el país e incluso los mendigos se rotan de estado en estado según la temporada.
Es así como por ejemplo en Mérida, en temporada de Carnaval, cuando se multiplica la afluencia de visitantes, aparecen una serie de nuevos mendigos ubicados estratégicamente frente a los bancos, restaurantes de comida rápida y otros puntos clave de recolección de dinero. Al terminar el Carnaval, los mendigos itinerantes se van a la próxima ciudad y nuestro hombre de negocios se frota las manos calculando sus ganancias.
Son estos mismos empresarios los que han multiplicado los vendedores de dulces en las unidades de transporte público.
Los niños y adolescentes que vemos a diario vendiendo chocolates, caramelos y otras baratijas no poseen el capital para hacer la primera inversión, por muy pequeña que esta sea, una vez más el negociante les da la mercancía y a cambio cobra un porcentaje de las ganancias. Quizás usted piensa que estas ganancias son muy pocas, pero multiplíquelas por el número de vendedores... ¿verdad que es un buen negocio?
Pero este capital humano tiene un responsable, que es el Estado; mucho se ha escrito sobre lo difícil del proceso de reinserción del mendigo dentro del sistema productivo, incluso algunos sociólogos lo apuntan como utópico. Sin embargo, que no se logre disminuir o controlar el fenómeno de la mendicidad no implica el que se permita que algunos se lucren con las miserias de otros. No hay razonamiento que disminuya la infinita decadencia de un sistema moral que crea empresarios cuyo mayor capital es el infortunio de un ser humano.
4 / El Mundo / Sábado / Caracas , 28 de Mayo de 2005, JOSÉ L. CUBILLÁN R.

1 comentario:

bostezo dijo...

Hola José, cada cosas que escribes y que estudiamos hace años las tengo fresquitas porque las estoy repasando en mis clases de ahora. Muy chévere.
¿Leíste mi post sobre Gendreau? El profe que iba para Mérida a dar unas charlas y nunca fue.